
Uno de los miradores más conocidos de Anaga se encuentra en la TF-134, la carretera de Taganana. Se trata del mirador de Amogoje, situado bajo el roque del mismo nombre, un roque que mientras se baja por la vía -en un determinado punto- tiene un parecido asombroso con un león. Cosas de la pareidola. Curiosamente desde el propio mirador no se ve el majestuoso felino, ya que estamos justo debajo, pero sí otros animales pétreos, pues las caprichosas formas de Anaga junto a la imaginación del ser humano han salpicado al macizo de formas de animales.
¿Qué otra sorpresa nos depara el valle de Taganana? Pues un oso, el que la tradición popular ve en el Roque de Dentro, uno de los islotes tan característicos de este paisaje. Cierto es que ese islote se asemeja asombrosamente a un hocico mirando hacia el cielo, a eso los más imaginativos han querido ver en el Roque de Fuera los pies de ese oso, que estaría tumbado sobre el océano con la panza cubierta por el agua. Solo es cuestión de fijarse…
Pero más allá de las casualidades de la geología, desde Amogoje observamos la cara norte del macizo de Anaga, muy verde y frondoso cuanto más arriba; más humanizado cuanto más nos acerquemos al mar, especialmente en esta zona de Taganana, poblada desde muy antiguo, y donde el cultivo de la vid gana importancia en los últimos años. Desde aquí intuimos la cercanía de algunas de las playas que más postales tienen de la isla. Playas salvajes, constantemente azotadas por las olas y con la arena negra, volcánica, natural de la zona. Justo abajo, el Roque de las Bodegas, Almáciga o la más lejana Benijo se adivinan entre el verde, esperando al viajero que llega.
Viajero que hasta este punto puede acceder también con la línea 946 que lleva a Taganana y sigue hasta Almáciga; pero hay otra manera hasta Amogoje. Y es caminando. Hasta este punto, llega el sendero PR-TF-4, que conecta desde El Bailador. Por ese sendero, seguiríamos hacia el pueblo, hacia Taganana, en un valle mucho más cultivado del que tenemos delante. Pero aquí tenemos otra salida, el PR-TF-4.1 que nos llevaría hasta Almáciga y su playa, atravesando –no sin esfuerzo- las laderas y barrancos de una zona que enamora a cualquiera. Más cansado caminar, sí, pero con la ventaja ya conocida: en cada paso, estás en el mejor de los miradores.
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